El pasado 21 de enero me encontraba en la inauguración de una colección de arte sobre el artista germano Peter Paul Rubens en el Museo del Prado de Madrid. Llevaba bastante tiempo dando vueltas por el museo de una sala a otra cuando justo en el preciso momento en el que me encontraba contemplando apasionadamente la obra de Prometeo encadenado logré oír como otro de los visitantes que se encontraban en el museo afirmó: “el precio de este cuadro es incalculable”.
Sonreí para mis adentros pensando en la errónea afirmación que este visitante acababa de exclamar. Bien sabemos que valor y precio no es lo mismo. Y evidentemente, en este mundo globalizado y fundamentalmente capitalista en el que vivimos todo tiene un precio, a pesar de que haya quien no esté conforme con ello y quien crea que es una visión muy materialista del mundo. A eso lo llamo vivir ajeno a la realidad consciente. A lo que se refería este amable caballero es que el cuadro tenía un valor incalculable. Aún así creo que esta afirmación puede ser rebatida. El precio del cuadro puede ser desorbitado. Efectivamente, lo es. Pero el valor del mismo depende del punto de vista desde el que se mire. Es un concepto totalmente subjetivo y en el que influyen infinidad de factores. Quizás para una persona sin pasión por el arte este cuadro no valdría más que 10 míseros euros, pero para una persona dedicada al arte profesionalmente y con profundos conocimientos sobre la materia su valor, cerca de ser incalculable, es muy elevado.
El precio del cuadro depende de la oferta y la demanda existente. Al ser la oferta unitaria pues es un objeto único del cuál sólo puede haber vagas falsificaciones, y ser la demanda de arte bastante elevada y limitada a un exclusivo sector de consumidores sibaritas, el precio del cuadro, sin entrar en materias de protección del Patrimonio Histórico y Artístico, es realmente elevado aunque posiblemente cuantificable. El valor ya es otra cosa.
Ejemplos parecidos de lo mismo podemos encontrar en otros campos como es el mercado de jugadores de fútbol en el que los precios de los jugadores están llegando a cantidades inimaginables. Creo firmemente que si un club de fútbol paga lo que paga por un jugador es porque realmente piensa que su valor es superior al precio pagado y que finalmente el sacrificio del pago se va a ver satisfecho y superado por el rendimiento de este activo, el jugador, y por el dinero que pueden embolsarse, además, a posteriori con este jugador.
Del mismo modo me llamó la atención recientemente las declaraciones efectuadas por Mark Zuckerberg, fundador de Facebook, tras la compra de Whatsapp en la exposición internacional de telefonía móvil celebrada en Barcelona hace pocos días. Zuckerberg afirmó que la compra de la compañía había resultado “barata” (19.000 millones de dólares) en comparación con el valor que tenía.
En definitiva, el valor es resultado de una ponderación de intereses, en la que definitivamente juega un papel muy importante el precio, concepto objetivo que ha de ser tenido en cuenta en toda transacción. No obstante, es muchas veces el valor que se le da a algo lo que justifica su adquisición. Ejemplo de ellos son: Prometeo encadenado, Whatsapp o Gareth Bale.
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